Rabietas ¿Qué podemos hacer?
Las rabietas son un tema que la mayoría de los padres conocen de primera mano. La principal razón se debe a sus consecuencias, que suelen ser muy negativas a nivel familiar. Tanto es así, que las rabietas son una de las mayores demandas en consulta. Una de las razones por las que esto pasa, es que la mayoría de los niños no saben gestionar sus enfados. Al no saber gestionarlas, éstas pueden acabar en rabietas. Para saber ayudar a los niños a que éstas dejen de aparecer, debemos en primer lugar, saber por qué se producen. En segundo lugar, qué conductas podemos cambiar los adultos para que éstas tengan menor probabilidad de que aparezcan.
¿Qué son las rabietas?
Las rabietas forman parte del desarrollo emocional de todos los niños. Existe una etapa que va desde los dos años hasta los cuatro años en la que éstas son normales. Su duración e intensidad depende de cada niño, pero más o menos a los cinco años van desapareciendo.
Las rabietas son la manifestación de la frustración y enfado, que se muestran en forma de gritos, patadas y lloros. En la mayoría, se deben a que no son capaces de expresar lo que sienten de otra manera y, además, no tienen recursos para regular sus emociones.
¿Por qué se producen?
Suelen ocurrir cuando los niños y niñas hacen ciertas peticiones que les negamos, por ejemplo: “quiero pizza para cenar”, “quiero esos pantalones para el colegio”… O también cuando no acceden a algo que les pidamos e insistimos: «recoge los juguetes», «dúchate»…
El enfado del niño no es el problema. Vamos a imaginar que vamos conduciendo y alguien se nos cruza delante y casi tenemos un accidente. ¿No sería normal que nos asustáramos y, además, que nos enfadáramos con el otro conductor? Hay reacciones naturales y el enfado en los niños es una de ellas, igual que en nosotros como adultos.
No vamos a confundir la emoción con la conducta. Que sea normal que el niño se enfade no significa que tenga que pegar, insultar… Esas conductas son las que hay que manejar y ayudar al niño a gestionar.
No debemos olvidar que si nuestros enfados como adultos terminan en conductas agresivas es muy común que los niños también tengan dichas conductas y sus enfados acaben en rabietas. No vamos a pedir a un niño, incapaz de controlarse por su momento evolutivo que haga cosas que nosotros no hacemos como adultos.
¡El enfado no es el problema pero si la conducta!
Las conductas y el enfado. ¿Qué significa eso?
Ya hemos dicho que el enfado es normal, pero detrás de las conductas de enfado que queremos evitar y disminuir existe aprendizaje.
Los niños aprenden a comportarse básicamente a través de dos maneras, una es la imitación de los que tiene a su alrededor; y la otra es el aprendizaje a través de los refuerzos y castigos.
Partimos del hecho de que todos aprendemos a comportarnos en función de las consecuencias de nuestras acciones. Si con la conducta del niño éste consigue algo que él valora, entonces esa conducta tiene mucha probabilidad de que vuelva a ocurrir. En cambio, si con su conducta consigue algo que él no quiere, no le gusta o le es indiferente, entonces esa conducta es mucho menos probable que ocurra, independientemente de que vosotros queráis que vuelva a ocurrir. De esta manera vuestro hijo ha aprendido a hacer todo lo que hace.
Primero: vamos a observar
Lo primero y más importante es saber por qué está ocurriendo y qué hacemos nosotros para solucionarlo. Para saberlo debemos observar cuándo suceden. Es importante saberlo para poder cambiarlo. En este punto pueden ser útiles los autorregistros. Como norma general se repiten ciertas conductas en los mismos momentos: la salida del cole, la hora de cenar, la hora de levantarse…
Hora y lugar: es importante para poder conocer de antemano en qué lugares van a ocurrir y, por lo tanto, anticiparnos para poder hacerle frente.
Situación: debemos empezar a definir las situaciones de una manera objetiva. Nos puede servir preguntarnos ¿Si ponemos a cien personas a mirar esta rabieta como hubieran descrito lo qué pasó antes de que reaccionara así?
¿Qué hace el niño?: aquí debemos definir las conductas que el niño tiene como desencadenantes de la situación.
¿Qué hago yo?: en este apartado definimos nuestras conductas en reacción a las del niño. Si empezamos a percibir cómo respondemos nosotros, podremos cambiarlo.
¿Qué hacen los demás?: es importante tener en cuenta a las personas que están en esta situación como, por ejemplo abuelos, hermanos, amigos…
Segundo: analizamos lo que está pasando
Una vez que hemos observado las conductas de los niños y las nuestras, debemos preguntarnos… ¿Qué está haciendo que el niño siga reaccionando así? Debemos tener claro que si el niño no consigue nada, esa reacción desmesurada como es la rabieta, desaparecerá con el tiempo sin darnos cuenta. En cambio, si el niño consigue algo (aunque no fuera su intención) la rabieta va a volver a ocurrir con más probabilidad. El enfado puede seguir ocurriendo pero no esa reacción desmesurada.
¿Qué puede conseguir un niño con una rabieta?
- Si ésta sucede porque le negáis algo, puede que no podáis resistir su pataleta y acabéis dándoselo.
- Le deis algo a cambio de que se tranquilice, por ejemplo el móvil o la Tablet. Cuidado con estos recursos para calmar al niño porque podemos hacerles dependientes de las tecnologías para calmar sus enfados.
- Vuestra atención. Es el mayor de los refuerzos para un niño. Si vuestra atención está en otra cosa y cuando él tiene este tipo de comportamientos le atendéis, aunque sea para regañarle, lo más seguro es que estéis reforzándole sin saberlo.
¿Le estoy reforzando?
Para saber qué tipo de reforzamiento está funcionando en este caso, es importante hacer bien el primer paso: observar.
Vamos a seguir con el ejemplo del autorregistro, imaginemos que eso es lo habitual cada vez que vamos al parque con él y le pedimos que venga para irnos:
¿Qué está haciendo que el niño reaccione así siempre que le digamos que nos tenemos que ir a casa?
Le estamos pidiendo que deje algo agradable, eso hace que se enfade. Ha aprendido a agredirnos cuando esto pasa. Que se enfade porque tiene que dejar de jugar en el parque para irse a casa no es un problema. Imagínate que estás haciendo lo que más te gusta y te dicen que tienes que dejarlo para ponerte a hacer algo que no te gusta o te gusta menos. ¿Te sentirías dolida/o? Así es como se siente el niño en el parque.
¿Qué estoy haciendo yo o los demás para que tenga una rabieta todos los días que nos tenemos que ir del parque?
En resumidas cuentas, su rabieta hace que le dejamos más tiempo de juego y que los amigos nos pidan que se quede más tiempo a jugar.
¿Dónde está el cambio?
Él reacciona así siempre, se ha habituado a que su reacción y consecuencia sean la misma siempre. No podemos pedirle al niño que gestione su enfado si consigue más teniendo la rabieta que no teniéndola. El cambio, a priori, no va a depender del niño, va a depender de nosotros como adultos. Por lo que debemos encontrar otra manera de actuar ante dicha situación.
Tercero: Cambiamos nuestra manera de actuar
Ya sabemos, por los autoregistros, lo que no podemos seguir haciendo si queremos que el niño reaccione de una manera distinta. En el ejemplo del que hablábamos, no podemos dejarle seguir jugando porque estamos reforzando su rabieta.
Calma
La mejor manera de actuar ante éstas es manteniendo la calma, en parte para no sumar más enfado al suyo y, por otra parte, porque es importante servir de ejemplo. Dejamos que ésta pase sola, que siga su curso, si le intentamos explicar en ese momento cualquier cosa no nos atenderá porque está demasiado enfadado. Cuando esté más calmado es el momento de hablar con él y darle nombre a la emoción que ha sentido. “Estabas muy enfadado. ¿Ya estás más tranquilo?”
Actuamos si…
Cuando su rabieta haga daño a alguien podemos cogerle y llevárnoslo a otro lugar. Si ésta, en cambio, hace que rompa algo podemos cogerle las manos, solo para contenerle. Después habrá que reparar lo que se ha roto enseñándole que nuestros actos tienen consecuencias y hay que repararlas.
No cedemos ante las rabietas
Sea cual sea la razón de su rabieta es importante no ceder a sus peticiones, al menos ese día. Podemos decirle una vez que está más calmado cuál es la manera correcta de hacer la petición para que se lo demos o qué tiene que hacer para conseguirlo. Pero, en ningún caso, se lo debemos dar en el momento del enfado y rabieta, ya que si no estaremos reforzando que pida las cosas de esa manera.
Siguiendo con el ejemplo del parque, dejarle más tiempo de juego está haciendo que reforcemos esa manera de reaccionar ante la petición de irnos a casa. En este caso, debemos cogerle e irnos. Nuestra actitud debe ser lo más calmada posible por lo que tendremos que mentalizarnos de ello, respirar y contar hasta 10 antes de perder los nervios. En ocasiones, entran en juego terceras personas y por pudor no actuamos como lo haríamos en casa. El niño es consciente de ello y puede usarlo en su beneficio para conseguir lo que quiere.
Cosas a tener en cuenta
Si está teniendo reacciones excesivas en momentos que antes no le hacían reaccionar así debemos preguntarnos: ¿Está disgustado por algo o frustrado? Nosotros como adultos también tenemos días en los que estamos más “torcidos”. Quizás el enfado y la consiguiente rabieta sea su manera de comunicarnos algo más que lo que estamos viendo. Sería un buen momento para preguntarle «¿Te pasa algo? ¿Estás enfadado por algo más?» Quizás tenga un disgusto real, ¿está teniendo problemas en el colegio? ¿Se meten con él? ¿Puede haber algo más? Es importante saberlo para redirigirlo y ayudarlo.
Tenemos que diferenciar aquellas reacciones que sean habituales y, por lo tanto, el niño ha aprendido a tenerlas, y aquellas reacciones que son debidas a cambios emocionales por otros motivos (disgustos reales). Anticipar estos factores que hacen que su estado emocional cambie puede salvarnos de momentos difíciles. Si está más cansado o tiene hambre (factores que afectan a todos los niños) quizás no sea momento de ir a aquellos lugares en los que suelen ser más frecuentes las rabietas.
Te pueden ayudar:
Pueden serte de ayuda otras entradas de nuestro blog como “Mi hijo no obedece. ¿Qué puedo hacer?” o “Cómo comunicarnos con los más pequeños: la importancia de la comunicación en familia.” o “¡Mi hijo no quiere hacer los deberes! Cómo ayudar a los niños con las tareas escolares.”.
En caso de que no sepas muy bien qué hacer para que éstas dejan de suceder o lo has intentado todo, puede ser el momento de pedir ayuda. Os recomendamos pedir cita con un psicólogo infantil para que os pueda orientar. En Ideum Psicología tenemos especialistas que podrán ayudarte si lo necesitas. Nuestra primera sesión es totalmente gratuita para poder saber que podemos hacer por vosotros y nuestra manera de trabajar. Puedes rellenar nuestro formulario y nos pondremos en contacto con vosotros.